¿Hay
algo más divertido que reírse de la ignorancia del pueblo? O sea ¿de reírse de
uno mismo? ¿De reírse de su propia gente? Sí, reírse de nuestros propios
dirigentes, esos que se han mantenido en el poder por décadas, burlándose del
pueblo.
No
quiero sonar “mamerto” porque ese no es mi estilo, pero hay que decir las cosas
como son. Y es eso, precisamente, lo que quiere reflejar Becerra en su libro:
Al pueblo nunca le toca.
Es
la historia de dos amigos: Baltasar Riveros y Casiano Pardo, el primero es un
liberal convencido de que el pueblo algún día va a llegar al poder; y el
segundo es un conservador católico.
Los dos
amigos siempre se encuentran en un mismo lugar (al principio en la “Botella de
Oro”, después en el “Café Automático”) para discutir de lo único que saben
hablar: de política.
Baltasar
vive con su esposa y sus nueve hijos. Él es cajero en el Banco La Patria, es
ateo y ama con su vida al “Gran Partido Liberal”. Y, como lo decía al
principio, sueña con la llegada del pueblo al poder.
Por su
parte, Casiano Pardo vive en una habitación alquilada, en una casa compartida
por varios inquilinos más. Casiano, como lo decía al principio, es católico,
comulga el primer viernes de cada mes, y sueña con no casarse jamás. Eso sí, es
mujeriego, y colecciona los calzones de las mujeres con las que se ha acostado.
Casiano
es realista (por momentos), mientras que Baltasar cree ciegamente en sus
ideales. Al final, los dos amigos envejecen. Baltasar nunca ve subir al pueblo
al poder.
Esta
historia, que se cuenta forma jocosa, es un espejo mismo del pueblo colombiano,
que siempre ha votado por sus dirigentes ciegamente, creyendo en sus promesas,
las cuales, la mayoría no han cumplido. Refleja esa absurda guerra bipartidista
en la que el pueblo liberal y el pueblo conservador se peleaban entre sí, y sin
siquiera saber porque lo hacían. Mientras que la elite conservadora y la elite
liberal se reunían a manejar el país y a burlarse del pueblo en el Jockey Club
de Bogotá.
Diego
Hernán Rubiano Devia
@DiegoRubianoD
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