martes, 26 de marzo de 2013

EL NEGOCIO DE LA FE


“Yo soy católico, pero ser católico no me impide ser crítico y negarme ante la realidad de la iglesia”.

Venta de camándulas, escapularios, velas, velones, biblias, novenarios y hasta sal y agua para consagrar, son alguno de los muchos artículos que se ven por estos días a las afueras de las iglesias y capillas del país. Personas que hacen de la Semana Mayor su “agosto”, y no es para menos, hay que  aprovechar, son miles de fieles que se congregan esta semana en los diferentes templos de Colombia. Aunque no solo esta semana, el resto de año también hay personas que compran artículos religiosos.

Pero esto no es raro, y más si hablamos de Colombia, un país camandulero, un país donde sus instituciones desde siempre han estado influenciadas por la iglesia. Una iglesia que desde siempre ha tenido poder persuasivo y de convicción frente a sus creyentes, un poder que influye en el sentimiento de culpa que se le impone a los fieles ante cada acto que se comete. Yo soy católico, pero ser católico no me impide ser crítico y negarme ante la realidad de la iglesia.

Sin desviarnos del tema. Sigamos hablando de esta semana de reflexión y de reconciliación, una semana para vender el pescado podrido que no se vendió  el mes pasado, por ejemplo. Una semana donde los carniceros casi no venden nada, porque como está prohibido comer carnes rojas por esta época, ¿no ven que eso es pecado? Una semana donde los vendedores de agua aromática son felices en las entradas de las iglesias, y más en las celebraciones que son por la noche. Una semana perfecta para acabar con la palma de cera, árbol nacional y a portas de desaparecer, para hacer los ramos del primer día de la semana mayor. Una semana estratégica que aprovechan los canales nacionales para transmitir todas las películas que tienen guardadas con telarañas. También es una semana prospera para los hoteles, aerolíneas, buses intermunicipales, agencias de viajes y restaurantes, para la gente que aprovecha esta semana para descansar, más que reflexionar.

Y es que el negocio de la fe es tan rentable que en iglesias como la del Niño Jesús del barrio 20 de Julio en Bogotá, los indigentes aprovechan para pedir dinero ¿y el dinero que se recoge en la iglesia no es precisamente para ayudar a estas personas?, en aquella iglesia también se dan lugar los vendedores de artículos religiosos que, no solo en semana santa, sino cada domingo aprovechan para vender, debido a la cantidad de fieles que se reciben en esta, una de las iglesias más populares de la capital. Claro que en este lugar también sacan provecho los que venden él, a veces, putrefacto pescado (incluye el pescado seco), los dueños de los “desayunaderos”, etc. Pero la iglesia no se queda atrás, la iglesia tiene su propia tienda religiosa, tiene su propio banco de mercados, tiene su propia cafetería en su interior, solo les falta vender las ostias a 500 pesos y a .1000 con arequipe.

Y no es solo es la iglesia del Barrio 20 de Julio, son todas las iglesias, la de Monserrate, por ejemplo: que aumenta sus ganancias en subidas y bajadas en teleférico y funicular, claro que por esta época, subir en teleférico o funicular debe ser pecado, mejor subir a pie, y ¿por qué no?: de rodillas, es más efectivo. Claro que si se sube a pie, el negocio también es rentable, sobre todo para los restaurantes del lugar que ofrecen el tradicional tamal con chocolate, o las tiendas que ofrecen dulces santafereños de todo tipo, que se reconocen porque valen tres o cuatro veces más de lo que en realidad valen. Esto como por darles un ejemplo.

Ahora, durante las tradicionales procesiones, que por cierto, en Bogotá están pasadas, normalmente, por agua. Ustedes saben que colombiano que se respete no se vara, dicen por ahí, o díganme ¿Quién no se ha topado con un vendedor de sobrillas, paraguas, bolsas plásticas, apenas empieza a llover? Y no solo eso, hay hasta vendedores que ofrecen sillas plásticas y butacas de madera por si no se alcanzaron a sentar durante la misa. Hasta el incienso, el sahumerio y otras yerbas por ahí se encuentran en las esquinas de cada iglesia.
Como ya lo mencionaba al principio de esta entrega, el negocio de la fe no es exclusivamente del catolicismo, y quiero hacer un paréntesis aquí para criticar a las famosas “iglesias de garaje” que existen en Bogotá, que suelen tener diversos nombres: Iglesia del Espíritu Santo,  Iglesia Jesús Manantial de Vida, Avivamiento, Congregación del divino miembro, etc. que por lo general son congregaciones cristianas que se hacen llamar Testigos de Jehová, sí, los mismos que timbran en la casa de uno los domingos a las siete de la mañana a ofrecer biblias y a predicar la palabra del Señor. Son “iglesias” que están, por lo general, en el garaje de la casa de ese señor que se hace llamar pastor, donde los fieles van a reuniones varias veces por semana, y tienen que dar una ofrenda, en efectivo o consignarla en la cuenta del pastor, obvio, la dichosa ofrenda es el sueldo fijo del susodicho, a costa de tener ganado el cielo, el paraíso. Este es uno de los muchos ejemplos del gran negocio que genera la fe de los creyentes.

Ya para terminar, solo quiero decir que esta semana de reflexión y reconciliación no sirva solo para comer pescado, sino para recapacitar y entender que podemos tener un país mejor, un país sin corrupción, sin pobreza, un país prospero donde no haya gente rebuscándose su sustento vendiendo camándulas y escapularios.

CODA: es indignante ver que durante la transmisión de Especiales Pirry, el sábado pasado, donde se denunciaba el robo de las regalías en el Meta y Casanare, hayan dejado sin luz a los habitantes de Puerto Gaitán-Meta. ¿Hasta dónde ha llegado la corrupción en Colombia?

Diego Hernán Rubiano Devia

sábado, 23 de marzo de 2013

DE LA CULTURA CIUDADANA EN BOGOTÁ (Entrega II: Parques y zonas verdes).


Ya vimos en la anterior entrega de este blog, una mirada superficial sobre el comportamiento de los ciudadanos en Transmilenio. Ahora el turno es para los parques públicos y zonas verdes de la capital, de las cuales todos los ciudadanos hacemos uso. Bogotá cuenta con más de cinco mil (5.000) parques públicos y zonas verdes, donde se realizan actividades deportivas y recreativas programadas por la alcaldía y ejecutadas por el IDRD, quien también administras los parques de la ciudad.

Es indignante ver el mal uso que los capitalinos hacen de estos espacios, empezando por la cantidad de basura que es arrojada allí, lo cual es algo muy frecuente ver: envases de helados, paquetes de papas fritas, botellas de gaseosa, y en general, empaques de productos que se consumen durante la estadía en los parques. Lo más indígnate es que la ciudad pone al servicio de los ciudadanos canecas de basura en todos los espacios públicos, pero muchos no las usan ¿Qué está pasando? ¿Pereza?

Ahora, el problema típico que vemos siempre en los espacios públicos: las mascotas, bueno, las mascotas no, sus dueños, quienes sacan a pasear a sus mascotas, y aprovechan para que estas hagan sus necesidades. El problema no está en tener mascotas en los parques y en las zonas verdes, el problema está en que muchas personas no recogen los desechos de estos animales; generando mal olor, dando mal aspecto al lugar, poniendo en juego la salud de los ciudadanos, ya que muchas mascotas tienen enfermedades parasitarias.

Los indigentes, las personas de la calle, se han convertido en gran problema para los visitantes a los parques públicos de la ciudad. Muchos indigentes utilizan los parques y las zonas verdes para dormir, muchas veces para pedir dinero, para consumir alucinógenos y algunas veces, para robar a los visitantes –sin ánimo de generalizar-. La presencia de personas de la calle ha llevado a que en los parques, sobre todo en los parques barriales, se formen las llamadas “ollas”: expendios de droga al menudeo, lo que ha generado, en gran parte, problemas de inseguridad. Muchos parques se utilizan, sobre todo en las noches, como lugares estratégicos para guardar y consumir drogas.

Los gibaros y las famosas “ollas”: a raíz del problema de la presencia de indigentes en los parques, que acabo de mencionar, hay un problema de fondo que se presenta en estos sitios que son las “ollas”, los expendios de narcóticos al menudeo y los “gibaros” quienes distribuyen la droga. Estos se han establecido en muchos lugares estratégicos de la capital, uno de esos lugares estratégicos son los parques y las zonas verdes, que han dado origen a pandillas barriales, indigencia, inseguridad, riñas, etc. Que son problemas gravísimos para sitios al servicio de los ciudadanos.

La presencia de vendedores ambulantes que hacen presencia en estos recintos públicos, han incentivado al consumo de cigarrillo en los parques, por lo que muchos fumadores hacen uso de  estos para fumar. Es un espacio público, al aire libre, dirían muchos, pero esto incomoda a las personas que disfrutan de los parques, sobre todo los niños. Esto se convierte en un problema de salud pública.

Puede sonar chistoso o quizás ridículo, pero muchas veces se ha presenciado en los parques y en las zonas verdes, a “parejitas” de novios que hacen de los parques un motel. A plena luz del día, se presencia a jóvenes, y hasta adultos teniendo relaciones sexuales en pleno espacio público, en las bancas, en el césped, etc. Esto puede ser un espectáculo para algunos curiosos, pero algo incomodo para padres de familia, vecinos de los recintos aledaños y personas conservadoras, además de considerarse como un ejemplo de contaminación visual.
Ya para terminar, quiero resaltar un tema preocupante, la destrucción de las zonas verdes en Bogotá: arboles, plantas, flores, césped, etc. Por parte de los mismos ciudadanos. Escriben sobre los arboles, talan las plantas, destruyen con el humo del cigarrillo, entre muchos otros factores.

El distrito debe incentivar urgentemente programas de cultura ciudadana en los espacios públicos, culturizar a los bogotanos en el uso de las canecas de basura, no arrojar basura a la calle, fumar en sitios estratégicos, recoger los desechos de las mascotas, etc.

La próxima semana: DE LA CULTURA CIUDADANA EN BOGOTÁ (Entrega III: Escándalo en la vía pública).


Diego Hernán Rubiano Devia 

sábado, 16 de marzo de 2013

DE LA CULTURA CIUDADANA EN BOGOTÁ (Entrega I: Transmilenio)

Imagen tomada de: elespectador.com

Este artículo lo quería escribir hace mucho tiempo, sintiendo indignación por el comportamiento de muchos bogotanos en el espacio público. Intenté escribir algo parecido en mi espacio en la sección Ciber-Periodistas de semana.com, pero al no darme a entender correctamente, muchos lectores interpretaron mal mis palabras, y catalogaron el artículo de elitista y clasista.  Aquel artículo lo titulé: 10 RAZONES POR LAS CUALES LOS BARRIOS DEL SUR DE BOGOTÁ NO PROGRESAN. Ahora quiero reivindicarme y darme a entender en esta nueva entrada.

Transmilenio, el sistema masivo más importante de los bogotanos se ha convertido en un espacio clave para la intolerancia y el despotismo. Es común ver entre semana, en la hora pico de la mañana a muchas personas congregadas en un paradero de rutas alimentadoras esperando el bus verde, o en las estaciones troncales del sistema, esperando el bus articulado. El número de personas es excesivo, las estaciones ya no dan abasto, el resultado se ve en las largas filas que muchas veces llega hasta el final de algunos puentes peatonales que dan entrada a las estaciones del sistema. La llegada de un bus hace que los usuarios saquen lo peor de sí en el momento de entrar en el bus. La gente se empuja, se golpea se pisotea entre sí, todo es caos, no hay orden por parte del personal de Transmilenio. Los “amigos de lo ajeno” aprovechan el desorden para robar billeteras, celulares, reproductores de música y otros objetos de valor que los pasajeros llevan a la mano. Muchas personas no respetan las sillas de color azul que están destinadas para las personas discapacitadas, mujeres embarazadas o con niños en brazos y adultos mayores; hay otros que piden la silla de mala manera, como si fuera obligación ceder la silla. Las madres con hijos recién nacidos, muchas de ellas entran al articulado con coche, incomodan a los demás pasajeros, invaden el espacio destinado para ubicar las sillas de ruedas y algunas, no contentas con esto, piden una silla azul. Esto es apenas el comienzo…

Los vendedores ambulantes, ahora son parte del paisaje en Transmilenio. Estaciones como Banderas, Ricaurte y los Portales son blanco de los vendedores informales que ofrecen productos como: Cocadas, cucas, manjar blanco, etc. Y que, sin discriminar, dan mal aspecto al sistema, generan total incomodidad e incomodan el paso de los pasajeros. Pero no solo los vendedores ambulantes se han tomado las estaciones, en los articulados, de un tiempo para acá, se han visto vendedores que ofrecen sus productos, otros solo se dedican a pedir dinero, y también se ven “testigo de Jehová” predicando la “palabra del señor” dentro de los buses. La mayoría de ellos, por no decir que todos, se cuelan en el sistema; aprovechan que un articulado hace una parada para poder ingresar por las puertas de vidrio sin pagar el pasaje, arriesgando su propia vida y la seguridad del conductor y de los pasajeros.

Con respecto a las personas que se cuelan en el sistema, fenómeno que se ha visto en los últimos años, estas aprovechan que los buses rojos hacen una parada para poder entrar al sistema por un costado e ingresar por las puertas automáticas de vidrio. Se han visto muchos accidentes en el sistema por este tipo de actos, de los cuales ha habido víctimas mortales. Aún no hay un nivel de conciencia en la sociedad bogotana que mida las consecuencias de las consecuencias de este tipo de actos, las personas que hacen esto piensan que su vida vale 1700 pesos.

Y la falta de respeto más grave que se puede concebir dentro de Transmilenio es la de las personas que se suben con parlantes, escuchando música a todo volumen, música, que personalmente, es de mal gusto, incomoda a los usuarios y como ya lo decía anteriormente, es una falta de respeto. En este tipo de actos se ve la falta de cultura de mucha gente. Transmilenio se pensó, en sus inicios, como un sistema en el que se podía viajar tranquilo, pero eso, al parecer ya se está acabando.

Hace poco, el diario El Espectador hizo un reportaje sobre el costo que genera el mantenimiento de las puertas de vidrio de las estaciones de Transmilenio. Se denunciaba el mal uso que los usuarios del sistema hacen de ellas. Ponen pies y manos en las puertas para evitar que se cierren, lo que genera daños en su mecanismo, esta es la razón por la cual muchas veces las puertas no abren cuando llega el bus. A los bogotanos nos cuesta el mantenimiento anual de las puertas, una suma aproximada de 1400 millones de pesos.

Rayar y grafitear la infraestructura de Transmilenio, sentarse en el piso de los buses, sentarse y poner los pies sobre las barras de agarre de los buses, arrojar basura, son algunos de los muchos ejemplos de cultura ciudadana de la que carecen muchos de los bogotanos.

La próxima semana: DE LA CULTURA CIUDADANA EN BOGOTÁ (Entrega II: Parques y zonas verdes).

Diego Hernán Rubiano Devia 

sábado, 9 de marzo de 2013

VOZ Y VOTO


La Constitución colombiana legitima el derecho a la protesta, a la manifestación, con el fin de hacer valer los derechos de los ciudadanos, cuando se ven vulnerados o cuando sienten que el Estado es injusto con ellos.

Los estudiantes son los que más se han manifestado por diferentes razones: calidad en la educación, infraestructura en los campus universitarios, falta de oportunidades en el campo laboral, etc. Lo mismo ha ocurrido con el gremio de profesores, que en Colombia son mal pagos; con los transportadores, con los recicladores, en fin, todos los gremios se han ido a protesta y a manifestación por diferentes razones a lo largo de la historia.
Recolecta de café

Pero este año si ha sido la hecatombe, empezando por el paro de cafeteros, el de los cacaoteros y seguido por el paro de transportadores. El paro de cafeteros, como bien lo sabe la opinión pública, empezó por las pocas ganancias o pérdidas que recibían por la venta del café, afirmando que para producir una carga se invertía 650.000 pesos, pero se vendía en 512.000 pesos, lo que llevo a los cafeteros a entrar en paro hasta recibir una ayuda “justa” del Gobierno. El paro fue de tal magnitud que los campesinos de las diferentes zonas cafeteras del país bloquearon las principales vías de acceso, lo cual es totalmente ilegal, impidiendo el paso de camiones con alimentos que abastecen a las principales ciudades, el paso de las ambulancias con pacientes en grave estado de salud, con medicamentos para clínicas y hospitales y con insumos de vital importancia y primera necesidad para los mismos. El bloqueo de las principales vías también desabasteció de combustibles las estaciones de gasolina ¿Es justo que todo un país sufra las consecuencias de un paro en el que no tiene nada que ver? ¿Qué paguen justos por pecadores?

paro de transportadores
El resultado de aquel paro terminó afectando a todo el país: toneladas de alimentos se pudrieron en carretera, el precio de algunos productos de la canasta familiar subieron increíblemente de precio, así fue de grave la situación que en almacenes como Carulla no se vio por algún tiempo productos como zanahorias. Durante el paro, la gasolina subió de precio, lo que generó también el paro de camioneros y se empeoró la situación del país. El Presidente Juan Manuel Santos terminó bajando aún más su popularidad en las encuestas, empezando porque el alza que sufrió la gasolina no podía ser, porque así reza en la recién aprobada Reforma Tributaria.

Los profesores de la Universidad Nacional también entraron en paro durante una semana, exigiendo mejoras en el bajo salario que reciben. Las directivas de la Universidad Nacional, después de analizar la situación económica, dijeron que no podían subirles el sueldo a los profesores por falta de presupuesto. ¿La universidad pública más importante de Colombia no tiene presupuesto para pagarle a su planta profesoral?

Las manifestaciones y paros que se presentaron la semana pasada en  todo el territorio nacional nos dejan ver varios factores a favor y en contra de este tipo de “actividades”. A favor, porque los ciudadanos estamos reconociendo públicamente nuestros derechos y los estamos haciendo valer, no nos quedamos callados como antes, que “comíamos” en silencio. Y en contra, porque muchas de las manifestaciones y protestas que se presentan muchas veces en el país terminan rayando en el vandalismo, en la anarquía y en el desorden, terminan pasando por encima de los demás sin Dios ni gloria. Un ejemplo, es el caso que acabo de mencionar sobre los caficultores que bloquearon las principales vías del país.

recibiendo subsidios de Familias en Acción
Hay que tener en cuenta que culturalmente muchos colombianos se enseñaron a la “mendicidad pública”, y tengo que decirlo. Todos los días cuando prendemos el televisor y vemos las noticias nacionales, vemos como muchos colombianos culpan al gobierno de turno por sus desgracias, piden subsidios y ayudas humanitarias, pero ellos mismos no colaboran para salir de las crisis que padecen. Un profesor de la universidad decía: “Colombia es un país de llorones”, un país que espera obtener la paz sacando un pañuelo blanco en la Plaza de Bolívar, un país donde muchos demandan al estado por cierta cantidad de dinero, sin tener en cuenta que somos los colombianos los que pagamos por esas demandas que podrían ser usadas en obras publicas. Si queremos paz, si queremos dejar de ser un país en vía de desarrollo, tenemos que aprender a ser un país participativo, hacernos escuchar, trabajar para lograrlo.

Aún no hemos entendido el Articulo 3. de la Constitución que dice: "La soberanía reside exclusivamente en el pueblo, del cual emana el poder publico. El pueblo ejerce en forma directa o por medio de sus representantes, en los términos que la Constitución establece"

Diego Hernán Rubiano Devia



sábado, 2 de marzo de 2013

DEL PERIFONEO Y EL DERECHO A LA TRANQUILIDAD



¡A la orden la mazamorra! ¡Si hay pescado, si hay pescado! ¡Siga, mire sin compromiso! ¡El banano, a tan solo MIL Pesitos! Son algunas de las frases que los bogotanos ya estamos acostumbrado a escuchar a diario por la calle.

Hace diez años, más o menos, el perifoneo y la venta informal, residían exclusivamente en los barrios populares de la capital colombiana. Lugares cercanos a la tradicional Plaza de Abastos en Kennedy, el Mercado de las Pulgas en Usaquén, la plaza de mercado de Paloquemao, o las ventas ambulantes en el popular barrió 20 de Julio, eran sitios donde, desde siempre, ha existido la actividad del perifoneo como una forma inmediata de publicidad utilizada por los vendedores informales para ofrecer sus productos. Ahora, en los últimos años, esta actividad se ha ido extendiendo a lo largo y ancho de la ciudad, podemos ver en cualquier localidad, a cualquier hora, a muchos vendedores ambulantes que se “rebuscan” su sustento diario, vendiendo a través del perifoneo.

Esta actividad se convirtió en un fenómeno muy molesto para los habitantes de los sectores por donde pasan estos vendedores con sus megáfonos en alto volumen. Se viola el derecho a la tranquilidad, se da un mal aspecto al espacio público, e incomoda a los transeúntes que pasan por los andenes.

El derecho al trabajo es un derecho fundamental aquí y en cualquier parte del mundo. Pero así como ellos hacen valer su derecho al trabajo, deberían respetar los derechos de los demás. ¿Dónde queda el derecho a la tranquilidad? Por ahí dicen que “tus derechos empiezan, donde terminan los míos”, ¿es válido ejercer un derecho propio, pasando por encima de los derechos de los demás?

Los vendedores que usan este método para dirigirse a sus “clientes”, deberían pensar en los demás, ellos tienen derecho a vender sus artículos, sin necesidad de recurrir al incomodo y burdo perifoneo, hay otras formas de vender, formas que no incomoden a la comunidad. Además, el problema también es de nosotros como comunidad, como vecinos, porque no conocemos nuestros derechos, desconocemos los organismos de control zonales, como la policía, las alcaldías locales, etc. a los que nos podemos dirigir para denunciar este tipo de atropellos.

Tengo la esperanza de que en un futuro haya más oportunidades formales de empleo, donde muchas personas de bajos recursos no tengan que optar por este tipo de trabajo informal, que es indigno para ellos e incomodo para nosotros.

Diego Hernán Rubiano Devia 

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