miércoles, 19 de octubre de 2016

A mi familia – Entrega I: La casa


Estoy sentado en el sofá de la sala principal de mi casa con el computador en las piernas, y oigo cómo se cierra la puerta de la entrada. Sé que es mi mamá porque habitualmente llega a esa hora de la oficina. Viene con su bolso de cuero, su maletita con los recipientes del almuerzo, y algunas bolsas llenas con cosas que ha comprado en algún almacén de cadena.

Entre tanto, mi papá está preparando café y algún otro aperitivo para brindarle a mamá porque sabe que llega agotada del trabajo. Se sientan en el comedor secundario en la cocina, y empiezan a hablar. Ella le cuenta cómo transcurrió su día en la oficina, y así transcurre la conversación mientras llega mi hermano de la universidad y se incorpora a la tertulia, y yo hago lo propio. Es un ritual de casi todos los días.

En casa, todo gira alrededor de la sala comedor, pues es allí donde todos nos reunimos así sea una vez al día. No hay día en el que no haya reunión familia. Ese sencillo acto simbólico es el que representa los lazos afectivos de mi familia.

A continuación relataré quién es mi familia, cómo funciona, y la forma en la que mi vida gira en torno a ella.

La casa

Siempre he vivido en el mismo lugar, o al menos eso es lo que alcanzo a recordar. Mis padres compraron la casa cuando yo apenas tenía meses de nacido, es decir, tiene los mismos 21 años de antigüedad que tengo yo de viejo.

Es una casa grande ubicada al occidente de Bogotá. Tan grande que nos hemos dado el lujo de modificarla a nuestro antojo, sin que nadie nos lo impida. Mi mamá ha mandado a remodelar la cocina unas cuatro veces en los últimos diez años. Mi papá pinta las paredes cada vez que se le hace aburrido el color que tenían antes, etc. y eso se ha convertido en un símbolo de libertad y de unión familiar.

La casa fue diseñada alrededor de focos de luz natural que iluminan todo el lugar, por lo que no hay necesidad de encender luces durante el día. Para mis padres, la importancia de la luz va más allá de lo estético, pues también representa vida, alegría, y buenas energías.

En casa siempre hay flores. A veces hay rosas rojas y blancas, otras veces hay claveles, tulipanes, cartuchos, pero siempre hay. Mamá las compra todos los fines de semana. Uno de los ramos siempre está destinado a adornar la pequeña repisa donde se posa la imagen de la Virgen de Guadalupe, que fue traída hace algunos años de México.

Pero no solo las flores son protagonistas en casa. Múltiples materitas con diferentes tipos de plantas también adornan el lugar. Algunas las compra mamá cuando va al mercado, y otras las ha cultivado papá en su tiempo libre. Siempre hay un día en la semana donde mis papás están rociando y plantando las matas, haciendo los arreglos florales y cambiando las macetas de lugar.   


Aunque dentro del patrimonio familiar hay otros bienes, nada va a reemplazar la casa grande y llena de magia que se ha construido por más de 20 años; que representa de la manera más sublime, el trabajo, la paciencia, el amor, el cariño y la dedicación de mis padres. Pues en cada rincón de este hogar, habitan los momentos más bonitos de mi vida. 

Diego Hernán Rubiano Devia
@DiegoRubianoD

martes, 20 de septiembre de 2016

Los horrores del laberinto del terror (historia de una colonia de hormigas)


Los últimos días he estado con los nervios de punta, con total prevención para evitar errar en cualquier situación. Y es que cuando entré a ese laberinto, aparentemente inofensivo, pensé que la situación sería diferente, pensé todo menos que fuera una historia de terror.

En el laberinto hay doce hormigas obreras trabajando casi doce horas, y una más que trabaja las horas restantes, con el propósito de no parar la producción, pues sería trágico que la actividad se detuviera. El laberinto está gobernado por dos hormigas supremas que van de vez en cuando para observar cómo se están comportando sus súbditas, y ahí empieza el momento de tensión en el lugar.

Una de las hormigas supremas empieza a recopilar mentalmente todos los errores que han cometido sus vasallas y les comienza a recriminar, pues no se pueden dar el gusto de que algo salga mal durante la jornada. Nunca reconocen el trabajo bueno, porque ese no es asunto de ellas, pero se satisfacen al causar sufrimiento, pues la filosofía sobre la que se trabaja es la de la opresión y la humillación.

Las hormiguitas aspiran a trabajar en el terrorífico laberinto porque necesitan adquirir conocimiento y experiencia en el oficio, y al ver que en los otros laberintos hay hormigas con mucha experiencia y recorrido, acceden a dejarse someter por el yugo de las terribles hormigas supremas.

A veces, las hormigas supremas sobrepasan su poder e interrumpen el tiempo de descanso de aquellas trabajadoras, exigiéndoles más trabajo, y en un limitado tiempo, pues de no hacerlo, se tendrán que atener a las consecuencias, y las consecuencias son terribles en este caso.

El miedo invade a las pobres hormiguitas obreras, pues no pueden darse lujo alguno de cometer el más mínimo error porque las malvadas hormigas supremas no tardarán en degradar con términos peyorativos a las trabajadoras y menospreciarlas argumentando que no sirven para nada.

Muchas hormiguitas no han aguantado y han decidido abandonar el laberinto y partir hacia su hormiguero para luego emprender un nuevo camino hacia otro laberinto donde no existan hormigas supremas sino hormigas líderes.

Así es el día a día en el laberinto del terror, pero aun así decidí unirme a esa colonia, porque es una colonia que trabaja en equipo, se apoya y es muy profesional Aunque muchas hormigas amigas alguna vez me contaron sobre los abominables tratos, siempre fui consciente que a pesar de todo, la experiencia y el conocimiento es lo que vale, así ya hubiera tenido que trabajar con lágrimas en los ojos, derrotado anímicamente, con las manos frías y el cuerpo temblando de nervios.

Experiencia dedicada a todos los periodistas que día a día trabajan como hormigas obreras para sacar a la luz la verdad.

Diego Hernán Rubiano Devia

@DiegoRubianoD

domingo, 26 de junio de 2016

AHORA LA GUERRA ES VIRTUAL

Son indescriptibles los sentimientos de emoción y felicidad que sentí cuando vi por los noticieros nacionales las imágenes del histórico momento que se vivió en La Habana – Cuba, cuando los miembros de la mesa de negociaciones y los representantes de los países garantes del proceso de paz entre el gobierno nacional y la guerrilla de las Farc se dispusieron a firmar el acuerdo sobre cese bilateral del fuego, quizá el punto más importante en la mesa y el que le dio luz verde a lo que será el fin del conflicto con esa guerrilla.

Ese jueves desde muy temprano estuve haciéndole seguimiento a los medios de comunicación más importantes del país, a las redes sociales y las opiniones de la gente con respecto a lo que iba a pasar en La Habana. Estaba ansioso, pues de firmarse el punto del acuerdo del cese bilateral del fuego, la historia reciente del país se dividiría en dos, y en un futuro podría decir con orgullo que pertenezco a la generación de la paz. Al medio día, y  teniendo el televisor, la radio y el computador encendidos, escuché el himno nacional y me sentí más colombiano que nunca, pues la estrofa de “cesó la horrible noche…” se iba a hacer realidad por fin.

Y mientras en Cuba se hablaba de paz y todo era júbilo, la guerra apenas empezaba virtualmente a través de las redes sociales. Comentarios a favor y en contra del proceso de paz pasaron de ser un simple debate ciudadano a ser un espacio donde la gente destilaba odio contra el otro, donde pensar diferente era casi un crimen; que si estas a favor de las negociaciones eres un terrorista, y que si estás en contra eres uribista y un paramilitar. Los estereotipos y las estigmatizaciones pulularon a flor de piel durante toda la tarde del jueves.

En el año 2012, cuando Álvaro Uribe aseguró que el gobierno de Santos y las Farc estaban negociando de manera clandestina en La Habana, y los medios de comunicación difundieron la noticia, la mayoría de los colombianos quedamos en shock, pues veníamos de un proceso de paz fallido con el mismo grupo guerrillero en la presidencia de Andrés Pastrana y el miedo era que la historia se volviera a repetir, porque nada estaba asegurado en ese momento.  Fue entonces cuando las redes sociales se convirtieron en la plataforma predilecta para debatir sobre esa “nueva oportunidad” para lograr por fin la paz, pero la mera opinión pasó a ser un duelo de todos contra todos, donde finalmente el país quedó “polarizado”, si se puede llamar de esa manera, y de ahí en adelante si no estás de acuerdo con lo que se está negociando en Cuba, eres enemigo de la paz, y si estás a favor, eres un apátrida indolente que no siente el país.

Dos claros ejemplos de intolerancia se presenciaron en la misma semana en la que todo el mundo hablaba de paz. El primero fue cuando una adolescente que se hacía llamar en redes sociales “Chamita Cheer” se hizo viral luego de publicar una peculiar canción en apoyo a la Selección Colombia, donde varios internautas se valieron de su condición socioeconómica y su particular forma de hablar para denigrarla y convertirla en la “clase de colombianos que no debemos ser”.

El segundo y más claro ejemplo de todos fue cuando Lina Quintero, una Comunicadora social de la Universidad EAFIT de Medellín publicó el pasado miércoles un video en el que expresa su indignación frente al actual proceso de paz, y con lágrimas en los ojos relata varios horrores que las Farc han cometido contra la población colombiana. El clip dio tanto de que hablar que algunas personas la relacionaron directamente con el senador Álvaro Uribe y hasta con las BACRIM, sin dejar de lado que, según ella, empezó a recibir mensajes amenazantes e intimidatorios.

¿Cuál es la paz de la que tanto alardeamos si no podemos respetar la opinión del otro? Era lo que me preguntaba en ese momento, y lo que aún me pregunto. Las nuevas generaciones nos aterramos al escuchar historias de cómo a principios del siglo pasado los liberales y los conservadores se mataban por defender su partido político, pero no nos damos cuenta que estamos repitiendo exactamente la misma historia pero de manera virtual. Recuerden que la guerra en Colombia empezó por la polarización ideológica del país.

Diego Hernán Rubiano Devia

@DiegoRubianoD

viernes, 1 de abril de 2016

ONCEAVO MANDAMIENTO: NO DAR PAPAYA...

Las nuevas tecnologías de la información, y en especial los teléfonos móviles, han creado en nosotros un extraño pero peligroso ambiente de distracción, pues estos aparatitos se han vuelto parte fundamental de nuestra cotidianidad .

Hace veinte años hubiera sido muy raro ver a una persona en el transporte público mirando un aparato durante casi todo el recorrido sin siquiera inmutarse por lo que estuviera pasado en su entorno. Hoy en día es normal ver un fenómeno en el que los seres humanos le prestamos más atención a nuestros celulares que a los demás. Y es que las nuevas tecnologías se han adherido tanto a nosotros que nos sentimos extraños y hasta ansiosos y desesperados si no tenemos un Smartphone en nuestras manos. Por ejemplo, en este momento mientras redacto esta entrada, me siento bastante extraño porque no siento vibrar mi celular y porque llevo cerca de seis horas sin revisar mi WhatsApp.

Hoy hago esta reflexión, luego de que, lamentablemente, dos delincuentes en una motocicleta me robaran mi celular en el suroccidente de Bogotá, intimidándome con un arma blanca. Si no fuera por este terrible momento que pasé, no hubiera llegado a la conclusión de que las rutinas pueden ser peligrosas...

Como todos los que me conocen, saben que soy amante a la tecnología, y que desde que me levanto hasta que me acuesto tengo el celular en la mano ¿por qué? Porque se ha convertido en un mal necesario para mi, y obviamente para la mayoría de personas. Mi rutina empieza en la mañana cuando leo correos electrónicos, mensajes en WhatsApp, reviso redes sociales y leo la prensa. Por cuestiones de mi profesión, el teléfono se ha convertido en una herramienta fundamental para desarrollar mis actividades diarias, por lo que es casi imposible dejar el aparatito de lado.

La música, por supuesto, no se queda atrás en mi lista de rutinas, pues siempre he tenido la costumbre de escuchar música con los auriculares puestos cuando salgo de mi casa, del trabajo, de algún evento social o reunión, o simplemente cuando voy en el transporte público sin; y voy tan concentrado - ¿o ensimismado? - en mi música y en mi camino que no le doy tanta importancia al tema de inseguridad en Bogotá, pues hace más de diez años (desde que estaba en el colegio) no me roban en la calle de esa manera, como lo hicieron hoy.

Durante mi corta experiencia que he tenido como periodista (corta porque hasta hace poco me gradué), he sido testigo en varias ocasiones de múltiples casos y modalidades de robo en Bogotá, y como ciudadano de a pie, también veo todos los días en los noticieros del país los distintos casos de hurto que se presentan a lo largo y ancho de la ciudad, del país ¿del resto del mundo tal vez? Y es tan normal escuchar ese tipo de noticias que uno inconscientemente piensa que ese tipo de cosas le pasan a todo el mundo menos a uno, como si uno fuera socialmente exento de que las cosas que le pasan a los demás no le van a pasar a uno.


Por eso, aunque hoy fui víctima de uno de los miles de casos de robo que a diario se presentan en Bogotá; aunque duela saber que las cosas que compramos con esfuerzo y trabajo nos las pueden arrebatar en menos de treinta segundos amenazándonos con un arma blanca, y aunque tu móvil, al igual que el mío se encuentre en este momento en cualquier chuzo de venta de celulares robados en algún lugar de Bogotá, lo más recomendable es poner inmediatamente el denuncio ante las autoridades, así sepamos que no vamos a recuperar el teléfono. Y lo más importante: ¡NO DAR PAPAYA!

Diego H. Rubiano Devia
@DiegoRubianoD

jueves, 17 de diciembre de 2015

De vuelta a la radio y al periódico impreso

Tal parece que fue ya hace bastantes años cuando las familias se reunían en la sala de la casa por las tardes a escuchar las radionovelas, y entrada la noche, el noticiero con los temas más relevantes del día. Al otro día las noticias de Bogotá, Colombia y el mundo se profundizaban en el periódico matutino. Era una época en la que no existían aún las computadoras, y mucho menos el internet y los dispositivos móviles con los que ahora contamos y con los que podemos informarnos en cuestión de segundos. La televisión hace unos treinta o cuarenta años era muy limitada y no todo el mundo tenía acceso a un televisor, lo que hacía que la radio y la prensa escrita fueran los medios favoritos de los colombianos.

Yo no viví en esa época, o más bien, no tuve la oportunidad de vivir en esa época dorada de radionovelas y noticias vespertinas en la radio, pero la imagino por historias que mis padres, mis tíos y primos mayores me han contado, sobre sus vivencias, y sobre cómo era y cómo se movía el mundo hace más de treinta años.

Yo, que estoy acostumbrado a prender la radio, revisar correos, leer los principales portales informativos del país, checar las redes sociales y luego revisar el periódico impreso, apenas me levanto; sentí que me faltaba algo cuando de un momento a otro empezaron a fallar los servicios de internet, teléfono y televisión en mi casa y de repente colapsaron. Una falla técnica, de esas que nunca faltan, en las redes de Claro Colombia, hicieron que mi casa se quedara sin los tres servicios del Triple Play durante tres días.

El cambio repentino de mi rutina diaria fue abrumador, pues no podía leer el correo electrónico, acceder a los portales informativos, revisar las redes sociales; en la noche no podía ver los noticieros porque los decodificadores de los televisores no recibían señal, y hasta extrañé el sonido del teléfono fijo cuando durante esos tres días no sonó.

Lo único que había disponible en casa era la radio y el periódico El Tiempo, que llega sagradamente todos los días a mi puerta. Leí el impreso de principio a fin, hasta el horóscopo en la sección naranja de la publicación. Me sentí por esos días como en las historias que me ha contado siempre mi familia, donde prevalecía la radio y la prensa. Obviamente tenía disponible mi celular y podía hacer todo lo que hago a diario en el laptop, pero de una u otra forma lo quise dejar de lado.

Muchas personas dicen a diario que con la masificación del internet y el fenómeno de la información inmediata a través de las redes sociales, el periódico impreso va a desaparecer, igual que la radio, gracias a las miles de aplicaciones que existen actualmente. Pero definitivamente, dicen por ahí, el papel lo aguanta todo, y la radio, al menos en Colombia, tiene cada vez más oyentes, a pesar de las nuevas y cada día más avanzadas tecnologías.

Diego Hernán Rubiano Devia

@DiegoRubianoD

sábado, 14 de noviembre de 2015

Ninguna víctima me es indiferente

En el año 2010, en mi colegio se hizo un evento para homenajear a todas las víctimas que ha dejado la guerra en Colombia a través de los años. No importaba si las víctimas eran de las Farc, de los Paramilitares o del Estado, en el evento se demostró que todas las víctimas valen igual. Ese día en el suelo de la cancha de baloncesto se puso una frase en letras grandes que decía: “Ninguna víctima me es indiferente”.

Hoy recordé esta frase al revisar mi Facebook y mi Twitter, donde muchas personas se lamentaban del trágico atentado terrorista ocurrido en la noche de ayer en Paris. Dicho suceso generó debate en las redes sociales, como con todos los temas de coyuntura., pero esta vez las discusiones se centraban en qué víctimas valían más: si las víctimas de la trágica noche de ayer en París, las víctimas de Palestina, o las víctimas de nuestro país.

Los que pusieron en su foto de perfil en Facebook la bandera francesa, o escribían sus condolencias solidarizándose con las víctimas, eran atacados con comentarios comparando las víctimas de un lado y del otro.

Lamentablemente en el mundo se ve a diario a miles de personas que mueren en la guerra, y son tantas las víctimas alrededor del mundo que cuando escuchamos las noticias se nos hace normal, porque ya estamos acostumbrados. Ya la guerra se convirtió en paisaje para nosotros. Si hablamos de los centenares de muertos en Medio Oriente no nos indignamos porque ¡Como ya es normal que se maten!, si hablamos de las víctimas en Colombia, la lógica es la misma: ¡Es que como aquí siempre han matado gente!

Obviamente uno ve que en las noticias pasan imágenes de las víctimas del atentado en París y se indigna, e inmediatamente rechaza los acontecimientos, es que más de cien víctimas es impactante. Muchos dirán: “Es que en Colombia son miles los muertos y nadie dice nada”, es verdad, pero ese no es un argumento válido para llegar a ser tan indolentes frente a un suceso tan triste.

Y esa es la estúpida discusión que se ha venido generando hoy en las redes sociales: que nos conmovemos con los atentados de París porque son europeos, porque está de moda, porque es tendencia. Que no nos conmocionamos con las víctimas mortales que a diario deja la guerra en el Medio Oriente. Que en Colombia no tenemos memoria, que no conocemos nuestra historia, que no lloramos a nuestros muertos, que nos duelen más las víctimas ajenas que nuestras propias víctimas.

Hace poco volví a leer el libro Guerras Recicladas de María Teresa Ronderos, periodista de Verdad Abierta. El libro que cuenta cómo se crearon los grupos de Autodefensa en el país, y la sangrienta guerra que se libró entre ellos y las guerrillas de izquierda. Una guerra que ha tenido tanto impacto que ya la vemos como si fuera un partido de fútbol, donde las dadas de baja cuentan como goles, y nos hemos convertido en una sociedad que les da valor a sus víctimas a conveniencia. Para algunas personas vale más las víctimas de las Farc, para otras personas las de los Paramilitares y bandas criminales, para otros las del Ejercito. ¿A caso la vida no vale nada, como dice la ranchera de José Alfredo Jiménez?

 Qué importa que Facebook haya puesto la bandera de Francia como símbolo de condolencia a los muertos de Francia, no podemos centrarnos en un debate absurdo por esas cosas tan básicas, cuando lo que estamos haciendo es ponerle precio a nuestros muertos, a las víctimas de las guerras, de guerras que en pleno Siglo XXI no deberían existir. Como quisiera yo que lo que alguna vez dijo John Lennon en su canción ‘Imagine’ no fuera una utopía sino una realidad.

Por eso ninguna víctima me es indiferente…

Diego Hernán Rubiano Devia                  

@DiegoRubianoD

martes, 29 de septiembre de 2015

¡Cuando los ciclos no deberían cerrarse!

La recordé por enésima vez cuando pasaba las fotos recientes de mi celular. Recordé los buenos momentos, muchos de ellos reflejados en esas imágenes, y los otros, guardados en mi cabeza, en forma de recuerdos. No puedo decir que hubo malos momentos, porque en realidad no los hubo… Solo cosas buenas por recordar.

Cuando me di a la tarea de conocerla, me di cuenta del ser tan maravilloso que se había cruzado en mi camino. Pude conocer algo de su vida, de sus sueños, de sus metas, de sus pasiones. Tenía al frente a una mujer guerrera, una luchadora incansable que siempre ha logrado sus objetivos y nunca la vi rendirse.

Admiré siempre su belleza, su actitud, su disciplina, su inteligencia y su independencia. Admiré también su forma de pensar, su manera de ver y vivir la vida.
Siempre había un motivo para hablar con ella, para estar con ella… De repente se convirtió en alguien importante para mí, pues es de esas personas que se te pegan facilito al corazón, de esas que te sacuden el alma y marcan parte de tu vida.

Fue grato haber terminado junto a ella un ciclo muy importante en nuestras vidas, un ciclo que luchamos desde el principio por cerrar. Nuestro sueño se cumplió, cumplimos nuestra meta de llegar hasta el final. Valió la pena.

Ahora la nostalgia me invade al saber que ese ciclo que nos juntó, por el cual luchamos como equipo, y el que ya cerramos, nos aleje, y nos aleje mucho; pues andamos por caminos distintos en busca del mismo sueño.

Solo espero que la vida no nos vaya a poner en caminos tan lejanos, y si lo hace, espero que nuestros caminos se crucen en algún lugar de la vida, pues esas son las personas que nunca se pueden arrancar del corazón porque ya hacen parte de uno, y ahí si nada se puede hacer.

Te quiero mi guerrerita.

Diego Hernán Rubiano Devia

@DiegoRubianoD

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