Hubiera
sido pertinente poner este libro como “uno de un Nobel” y no “uno de viajes”,
pero preferí poner una de las más importantes obras de Hemingway como un libro
de viajes, así el viejo Santiago solo hubiese viajado al África en su época de
joven pescador. Pero las aventuras que ha vivido Santiago toda su vida en su
bote de vela llena de remiendos, cuentan como uno de viajes.
Y
es que la vejez de Santiago ha sido bastante dura, pero bastante agradable,
diría yo. Una vejez sublime, se podría decir.
Santiago
es un viejo pescador cubano, cuya esposa ha muerto, y la única compañía que le
queda es Manolín, un joven que lo acompaña en sus pescas desde que este tenía
cinco años. Manolín se convirtió en el mejor amigo de aquel solitario pescador que ya
no le quedan fuerzas para pescar, pero si “estrategias” y experiencia, y la
fuerza y juventud de Manolín, lo complementa.
El
libro refleja la valentía, la humildad, la constancia, la voluntad y la
persistencia de Santiago, quien nunca se vio derrotado, a pesar de su vejez; lo
que lo llevó a pescar ese gran pez espada que era más grande que su bote,
durante tres días. Y a pesar de que llegó a tierra firme tan solo con la cabeza
y la espina dorsal del gran pez, porque unos tiburones se lo comieron todo, Santiago
no se dio por vencido. No le importó tener las manos cortadas por las cuerdas
de pesca, el ardiente sol de tres días en altamar, y su ya mencionada vejez.
Como
lo decía al principio, es un libro que sublima al lector, al menos conmigo lo
hizo, mostrando la constancia del viejo, y la debilidad del joven, que se
reflejó cuando lloró al ver a Santiago acostado en su cama con las manos
cortadas.
Qué
extraño viejo, como Santiago se decía así mismo, una persona que cuando dormía,
soñaba con los leones y las playas blancas y doradas del África, que alguna vez
conoció en su juventud.
Diego Hernán Rubiano Devia
@DiegoRubianoD
Diego Hernán Rubiano Devia
@DiegoRubianoD
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