sábado, 20 de abril de 2013

Amando y odiando a Bogotá



Esta entrada, la escribo desde la indignación que me invade todos los días al salir de casa y pasar por las calles bogotanas. Ver cosas y situaciones que me hacen odiar, de una u otra manera, esta ciudad. Es contradictorio, porque amo a Bogotá, la ciudad donde nací, la ciudad que me vio crecer y la ciudad donde vivo.

Debo reconocer que odio el hediondo olor a buseta que penetra a Bogotá, odio a los conductores de esas busetas, y también los de taxi, que, con algunas excepciones, son unos animales al volante, muchos, la mayoría, tienen millonarias multas de transito, la música burda que ponen durante el viaje, sin importar si incomodan o no a los pasajeros. Odio los vendedores que se suben al transporte público, que piensan que comprarles a ellos debe ser una obligación, valiéndose de la lástima, que se enojan cuando uno no los saluda, y que ahora también invaden Transmilenio.

Odio caminar por los andenes y aceras, donde el transito es perturbado por bolsas de basura que generan mal aspecto, donde en cada esquina hay mierda de perro, donde se ubican vendedores informales que se creen los dueños del espacio público. Odio, además, las ordinarias imágenes navideñas que se pintan en los andenes cada diciembre, las mismas imágenes que también pintan en los postes, porque creen que eso va a embellecer las calles.
Odio ver panfletos, con publicidad política y comercial, pegados en cada rincón de la ciudad, pero odio más, ver a esas personas que salen a la calle con camisetas de propaganda política, de la última campaña electoral, esas personas deben ser las mismas que vendieron su voto por un plato de lechona y por la camiseta que llevan puesta.

Odio la mayoría de establecimientos comerciales, odio los horribles nombres que les ponen, muchos de ellos, una mala imitación de nombres de establecimientos reconocidos; pero odio, además, esos establecimientos que tienen nombres en ingles, mal escritos, como si hacer eso les fuera a dar algún grado de estatus.
Odio los huecos que invaden a Bogotá, y más cuando llueve, parecen trochas, son carreteras precarias, untadas de corrupción, llenas de remiendos temporales que son más costosos que arreglar toda la vía.

Odio los grafitis que se leen en los muros, grafitis sin ningún sentido estético o social, grafitis de equipos de futbol, grafitis con malas palabras –como si decir malas palabras y groserías nos representaran como colombianos-.

Odio ver como la clase popular se queja de las instituciones políticas del país, pero cundo se les pregunta el funcionamiento de estas, no saben nada, la ignorancia prevalece. Pero odio aun mas a la clase política, que se aprovecha de la ignorancia del populacho para robarse el erario público del país y hacer reformas constitucionales que los beneficie.

Odio a los celadores, quienes se creen dueños del lugar donde trabajan. Odio cuando le lamben el culo al jefe diciéndole doctor.

Odio la música que escucha la clase popular, el reggaetón, el vallenato, los asquerosos corridos prohibidos, la música de despecho. Así mismo, odio los antros de mala muerte, que invaden cada día más a la ciudad, los tomaderos y bailaderos a los que muchos se atreven a llamarlos “bares”.

Odio los vehículos de tracción animal que aún circulan por Bogotá.

Odio el sol de Bogotá en la tarde, que parece de pueblo de tierra caliente.

Ustedes pensarán que odio a Bogotá, que soy un resentido social, muchos otros dirán que me vaya de esta ciudad si no me gusta. Pero, así como odio muchos aspectos de Bogotá, es más lo que amo de ella.

Amo, por ejemplo, los grandes parque y zonas verdes, fachadas como el Parque Simón Bolívar, el Parque el Virrey, el Parque de la 93, etc.

Amo la variedad gastronómica con la que cuenta la ciudad, buenos restaurantes, buenos bares y excelentes cafés.

Amo el sol de las mañanas, ese sol tranquilo que prevalece en algunas zonas de la ciudad.

Amo la gran oferta de establecimientos comerciales que están empezando a abrir, y grandes centros comerciales, dignos de los grandes centros comerciales del mundo.

Amo la lluvia y las tardes grises, sobre todo en el centro histórico.

Amo la programación cultural y deportiva que se ofrece, los clásicos en El Campín, la ciclovía los domingos y días festivos, los conciertos de la Filarmónica de Bogotá.

Amo los museos, iglesias de estilo colonial, la combinación entre la arquitectura antigua y la arquitectura actual.

Amo las grandes bibliotecas con las que cuenta Bogotá, teatros y demás centros turísticos.
¿Todo es bueno? No ¿todo es malo? Tampoco lo creo


Diego Hernán Rubiano Devia

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