Esta entrada,
la escribo desde la indignación que me invade todos los días al salir de casa y
pasar por las calles bogotanas. Ver cosas y situaciones que me hacen odiar, de
una u otra manera, esta ciudad. Es contradictorio, porque amo a Bogotá, la
ciudad donde nací, la ciudad que me vio crecer y la ciudad donde vivo.
Debo reconocer
que odio el hediondo olor a buseta que penetra a Bogotá, odio a los conductores
de esas busetas, y también los de taxi, que, con algunas excepciones, son unos
animales al volante, muchos, la mayoría, tienen millonarias multas de transito,
la música burda que ponen durante el viaje, sin importar si incomodan o no a
los pasajeros. Odio los vendedores que se suben al transporte público, que
piensan que comprarles a ellos debe ser una obligación, valiéndose de la lástima,
que se enojan cuando uno no los saluda, y que ahora también invaden
Transmilenio.
Odio caminar
por los andenes y aceras, donde el transito es perturbado por bolsas de basura
que generan mal aspecto, donde en cada esquina hay mierda de perro, donde se
ubican vendedores informales que se creen los dueños del espacio público. Odio,
además, las ordinarias imágenes navideñas que se pintan en los andenes cada
diciembre, las mismas imágenes que también pintan en los postes, porque creen
que eso va a embellecer las calles.
Odio ver
panfletos, con publicidad política y comercial, pegados en cada rincón de la
ciudad, pero odio más, ver a esas personas que salen a la calle con camisetas
de propaganda política, de la última campaña electoral, esas personas deben ser
las mismas que vendieron su voto por un plato de lechona y por la camiseta que
llevan puesta.
Odio la
mayoría de establecimientos comerciales, odio los horribles nombres que les
ponen, muchos de ellos, una mala imitación de nombres de establecimientos
reconocidos; pero odio, además, esos establecimientos que tienen nombres en
ingles, mal escritos, como si hacer eso les fuera a dar algún grado de estatus.
Odio los
huecos que invaden a Bogotá, y más cuando llueve, parecen trochas, son
carreteras precarias, untadas de corrupción, llenas de remiendos temporales que
son más costosos que arreglar toda la vía.
Odio los
grafitis que se leen en los muros, grafitis sin ningún sentido estético o
social, grafitis de equipos de futbol, grafitis con malas palabras –como si
decir malas palabras y groserías nos representaran como colombianos-.
Odio ver
como la clase popular se queja de las instituciones políticas del país, pero
cundo se les pregunta el funcionamiento de estas, no saben nada, la ignorancia
prevalece. Pero odio aun mas a la clase política, que se aprovecha de la ignorancia
del populacho para robarse el erario público del país y hacer reformas constitucionales
que los beneficie.
Odio a los celadores, quienes se creen dueños del lugar donde trabajan. Odio cuando le lamben el culo al jefe diciéndole doctor.
Odio la
música que escucha la clase popular, el reggaetón, el vallenato, los asquerosos
corridos prohibidos, la música de despecho. Así mismo, odio los antros de mala
muerte, que invaden cada día más a la ciudad, los tomaderos y bailaderos a los
que muchos se atreven a llamarlos “bares”.
Odio los
vehículos de tracción animal que aún circulan por Bogotá.
Odio el
sol de Bogotá en la tarde, que parece de pueblo de tierra caliente.
Ustedes
pensarán que odio a Bogotá, que soy un resentido social, muchos otros dirán que
me vaya de esta ciudad si no me gusta. Pero, así como odio muchos aspectos de
Bogotá, es más lo que amo de ella.
Amo,
por ejemplo, los grandes parque y zonas verdes, fachadas como el Parque Simón Bolívar,
el Parque el Virrey, el Parque de la 93, etc.
Amo la
variedad gastronómica con la que cuenta la ciudad, buenos restaurantes, buenos
bares y excelentes cafés.
Amo el
sol de las mañanas, ese sol tranquilo que prevalece en algunas zonas de la
ciudad.
Amo la gran oferta de establecimientos comerciales que están empezando a abrir, y grandes centros comerciales, dignos de los grandes centros comerciales del mundo.
Amo la
lluvia y las tardes grises, sobre todo en el centro histórico.
Amo la
programación cultural y deportiva que se ofrece, los clásicos en El Campín, la
ciclovía los domingos y días festivos, los conciertos de la Filarmónica de
Bogotá.
Amo los
museos, iglesias de estilo colonial, la combinación entre la arquitectura
antigua y la arquitectura actual.
Amo las
grandes bibliotecas con las que cuenta Bogotá, teatros y demás centros turísticos.
¿Todo
es bueno? No ¿todo es malo? Tampoco lo creo
Diego
Hernán Rubiano Devia
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