“Yo soy católico, pero ser católico no me impide ser crítico y negarme ante la realidad de la iglesia”.
Venta de camándulas, escapularios, velas, velones,
biblias, novenarios y hasta sal y agua para consagrar, son alguno de los muchos
artículos que se ven por estos días a las afueras de las iglesias y capillas
del país. Personas que hacen de la Semana Mayor su “agosto”, y no es para
menos, hay que aprovechar, son miles de
fieles que se congregan esta semana en los diferentes templos de Colombia.
Aunque no solo esta semana, el resto de año también hay personas que compran
artículos religiosos.
Pero esto no es raro, y más si hablamos de Colombia, un
país camandulero, un país donde sus instituciones desde siempre han estado
influenciadas por la iglesia. Una iglesia que desde siempre ha tenido poder
persuasivo y de convicción frente a sus creyentes, un poder que influye en el
sentimiento de culpa que se le impone a los fieles ante cada acto que se
comete. Yo soy católico, pero ser católico no me impide ser crítico y negarme
ante la realidad de la iglesia.
Sin desviarnos del tema. Sigamos hablando de esta semana
de reflexión y de reconciliación, una semana para vender el pescado podrido que
no se vendió el mes pasado, por ejemplo.
Una semana donde los carniceros casi no venden nada, porque como está prohibido
comer carnes rojas por esta época, ¿no ven que eso es pecado? Una semana donde
los vendedores de agua aromática son felices en las entradas de las iglesias, y
más en las celebraciones que son por la noche. Una semana perfecta para acabar
con la palma de cera, árbol nacional y a portas de desaparecer, para hacer los
ramos del primer día de la semana mayor. Una semana estratégica que aprovechan
los canales nacionales para transmitir todas las películas que tienen guardadas
con telarañas. También es una semana prospera para los hoteles, aerolíneas,
buses intermunicipales, agencias de viajes y restaurantes, para la gente que
aprovecha esta semana para descansar, más que reflexionar.
Y es que el negocio de la fe es tan rentable que en
iglesias como la del Niño Jesús del barrio 20 de Julio en Bogotá, los
indigentes aprovechan para pedir dinero ¿y el dinero que se recoge en la
iglesia no es precisamente para ayudar a estas personas?, en aquella iglesia también
se dan lugar los vendedores de artículos religiosos que, no solo en semana
santa, sino cada domingo aprovechan para vender, debido a la cantidad de fieles
que se reciben en esta, una de las iglesias más populares de la capital. Claro
que en este lugar también sacan provecho los que venden él, a veces, putrefacto
pescado (incluye el pescado seco), los dueños de los “desayunaderos”, etc. Pero
la iglesia no se queda atrás, la iglesia tiene su propia tienda religiosa,
tiene su propio banco de mercados, tiene su propia cafetería en su interior,
solo les falta vender las ostias a 500 pesos y a .1000 con arequipe.
Y no es solo es la iglesia del Barrio 20 de Julio, son
todas las iglesias, la de Monserrate, por ejemplo: que aumenta sus ganancias en
subidas y bajadas en teleférico y funicular, claro que por esta época, subir en
teleférico o funicular debe ser pecado, mejor subir a pie, y ¿por qué no?: de
rodillas, es más efectivo. Claro que si se sube a pie, el negocio también es
rentable, sobre todo para los restaurantes del lugar que ofrecen el tradicional
tamal con chocolate, o las tiendas que ofrecen dulces santafereños de todo
tipo, que se reconocen porque valen tres o cuatro veces más de lo que en
realidad valen. Esto como por darles un ejemplo.
Ahora, durante las tradicionales procesiones, que por
cierto, en Bogotá están pasadas, normalmente, por agua. Ustedes saben que
colombiano que se respete no se vara, dicen por ahí, o díganme ¿Quién no se ha
topado con un vendedor de sobrillas, paraguas, bolsas plásticas, apenas empieza
a llover? Y no solo eso, hay hasta vendedores que ofrecen sillas plásticas y butacas
de madera por si no se alcanzaron a sentar durante la misa. Hasta el incienso,
el sahumerio y otras yerbas por ahí se encuentran en las esquinas de cada
iglesia.
Como ya lo mencionaba al principio de esta entrega, el
negocio de la fe no es exclusivamente del catolicismo, y quiero hacer un paréntesis
aquí para criticar a las famosas “iglesias de garaje” que existen en Bogotá,
que suelen tener diversos nombres: Iglesia del Espíritu Santo, Iglesia Jesús Manantial de Vida, Avivamiento,
Congregación del divino miembro, etc. que por lo general son congregaciones
cristianas que se hacen llamar Testigos de Jehová, sí, los mismos que timbran
en la casa de uno los domingos a las siete de la mañana a ofrecer biblias y a
predicar la palabra del Señor. Son “iglesias” que están, por lo general, en el
garaje de la casa de ese señor que se hace llamar pastor, donde los fieles van
a reuniones varias veces por semana, y tienen que dar una ofrenda, en efectivo
o consignarla en la cuenta del pastor, obvio, la dichosa ofrenda es el sueldo
fijo del susodicho, a costa de tener ganado el cielo, el paraíso. Este es uno
de los muchos ejemplos del gran negocio que genera la fe de los creyentes.
Ya para terminar, solo quiero decir que esta semana de
reflexión y reconciliación no sirva solo para comer pescado, sino para
recapacitar y entender que podemos tener un país mejor, un país sin corrupción,
sin pobreza, un país prospero donde no haya gente rebuscándose su sustento
vendiendo camándulas y escapularios.
CODA: es indignante
ver que durante la transmisión de Especiales Pirry, el sábado pasado, donde se
denunciaba el robo de las regalías en el Meta y Casanare, hayan dejado sin luz
a los habitantes de Puerto Gaitán-Meta. ¿Hasta dónde ha llegado la corrupción
en Colombia?
Diego Hernán Rubiano
Devia