viernes, 1 de abril de 2016

ONCEAVO MANDAMIENTO: NO DAR PAPAYA...

Las nuevas tecnologías de la información, y en especial los teléfonos móviles, han creado en nosotros un extraño pero peligroso ambiente de distracción, pues estos aparatitos se han vuelto parte fundamental de nuestra cotidianidad .

Hace veinte años hubiera sido muy raro ver a una persona en el transporte público mirando un aparato durante casi todo el recorrido sin siquiera inmutarse por lo que estuviera pasado en su entorno. Hoy en día es normal ver un fenómeno en el que los seres humanos le prestamos más atención a nuestros celulares que a los demás. Y es que las nuevas tecnologías se han adherido tanto a nosotros que nos sentimos extraños y hasta ansiosos y desesperados si no tenemos un Smartphone en nuestras manos. Por ejemplo, en este momento mientras redacto esta entrada, me siento bastante extraño porque no siento vibrar mi celular y porque llevo cerca de seis horas sin revisar mi WhatsApp.

Hoy hago esta reflexión, luego de que, lamentablemente, dos delincuentes en una motocicleta me robaran mi celular en el suroccidente de Bogotá, intimidándome con un arma blanca. Si no fuera por este terrible momento que pasé, no hubiera llegado a la conclusión de que las rutinas pueden ser peligrosas...

Como todos los que me conocen, saben que soy amante a la tecnología, y que desde que me levanto hasta que me acuesto tengo el celular en la mano ¿por qué? Porque se ha convertido en un mal necesario para mi, y obviamente para la mayoría de personas. Mi rutina empieza en la mañana cuando leo correos electrónicos, mensajes en WhatsApp, reviso redes sociales y leo la prensa. Por cuestiones de mi profesión, el teléfono se ha convertido en una herramienta fundamental para desarrollar mis actividades diarias, por lo que es casi imposible dejar el aparatito de lado.

La música, por supuesto, no se queda atrás en mi lista de rutinas, pues siempre he tenido la costumbre de escuchar música con los auriculares puestos cuando salgo de mi casa, del trabajo, de algún evento social o reunión, o simplemente cuando voy en el transporte público sin; y voy tan concentrado - ¿o ensimismado? - en mi música y en mi camino que no le doy tanta importancia al tema de inseguridad en Bogotá, pues hace más de diez años (desde que estaba en el colegio) no me roban en la calle de esa manera, como lo hicieron hoy.

Durante mi corta experiencia que he tenido como periodista (corta porque hasta hace poco me gradué), he sido testigo en varias ocasiones de múltiples casos y modalidades de robo en Bogotá, y como ciudadano de a pie, también veo todos los días en los noticieros del país los distintos casos de hurto que se presentan a lo largo y ancho de la ciudad, del país ¿del resto del mundo tal vez? Y es tan normal escuchar ese tipo de noticias que uno inconscientemente piensa que ese tipo de cosas le pasan a todo el mundo menos a uno, como si uno fuera socialmente exento de que las cosas que le pasan a los demás no le van a pasar a uno.


Por eso, aunque hoy fui víctima de uno de los miles de casos de robo que a diario se presentan en Bogotá; aunque duela saber que las cosas que compramos con esfuerzo y trabajo nos las pueden arrebatar en menos de treinta segundos amenazándonos con un arma blanca, y aunque tu móvil, al igual que el mío se encuentre en este momento en cualquier chuzo de venta de celulares robados en algún lugar de Bogotá, lo más recomendable es poner inmediatamente el denuncio ante las autoridades, así sepamos que no vamos a recuperar el teléfono. Y lo más importante: ¡NO DAR PAPAYA!

Diego H. Rubiano Devia
@DiegoRubianoD

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