Empezaré
este escrito recordando una página que hay por ahí en Facebook titulada “Los
bogotanos andan diciendo”, inspirada en una página argentina titulada “La gente
anda diciendo”, donde se hacen públicas frases destacadas del bogotano de a
pie.
Hace
una semana se averiaron mis audífonos y uno de los cascos dejó de sonar. Fue
desesperante, pues es incómodo, y hasta aturdidor escuchar música por un solo
oído, y más cuando algunas pistas tienen bajos increíbles. Me sentía como Otto
en un capítulo de Los Simpson, cuando Lisa arruina su Walkman y este no tiene
más opción que escuchar a los niños cantar dentro del autobús.
Por
falta de tiempo no pude comprar audífonos nuevos, ni mucho menos arreglar los
que se averiaron, por tal razón llevo más de una semana tomando el bus o el
Transmilenio sin ir escuchando música ni escuchando la radio, cosa que los dos
primeros días me dio muy duro, porque sentía insoportable el tráfico diario de
Bogotá sin música.
Pero
en medio del aparente silencio y el sonido ambiente, empecé a escuchar las
múltiples conversaciones de las personas que compartían conmigo el bus. Y es
que, aunque uno no lo crea, escuchar a personas desconocidas en una
conversación es un ejercicio interesante y hasta divertido, es como chismosear
la vida de personas ajenas a uno.
Una
vez, por ejemplo, mientras abordaba un bus del Sitp que andaba sobre la Avenida
68 en incesante trancón de las seis de la tarde, se subieron dos señoras de
unos 60 años conversando amenamente; por un comentario de una de ellas supe que
eran vecinas y que vivían en algún lugar del sur de Bogotá. La conversación
transcurría mientras yo iba de pie, sufriendo por las bruscas frenadas del
conductor al llegar a cada paradero. Hablaban del marido de una de las hijas de
una de las dos señoras:
-
- Si le contara vecina.
- -
Cuénteme.
- -
Anoche mi hija me llamó como a las 11 de la
noche a la casa, angustiada.
- -
¿Y eso vecina? ¿Le pasó algo grave a la niña?
- -
No, pues que irresponsable del marido volvió a
llegar tarde, y además borracho.
- -
¿Volvió a las mismas ese muchacho?
- -
En esas se la pasa, tomando y gastándose la
plata. Y después se está quejando que el sueldo no le alcanza.
- -
Yo me imaginé que ese muchacho ya había
cambiado.
- -
Pues imagínese vecina que la otra noche llegó
en la madrugada, borracho, y ¡claro! Como mi hija no le quiso abrir, formó
pelea. Pateó la puerta… Eso armó un escándalo que ni pa’ que le cuento.
En ese
momento, mientras escuchaba atentamente la conversación y miraba hacia la
ventana, “para disimular”, entró una pareja de novios que se ubicó justamente
detrás de mí hablando de una fiesta de 15 de, al parecer, la hermana de la
mujer:
- -
Mi vida, mira que ya averigüé el precio del
vestido para mi hermana.
- -
¿y qué? ¿Muy caro, o aguanta comprarlo?
- - No, pues está como hasta bien el precio… a mí
me gustó, pero toca ver si a ella le gusta.
- -
¿Y de la fiesta qué…?
- -
Pues mi mamá quiere que sean muchos invitados:
la familia, los amiguitos del colegio de ella, los vecinos.
- -
Pero una fiesta así sale como cara, mi vida
¿no?
- -
Sí, pero pues allá mis papás. Yo te conté que
yo no quise fiesta sino el viaje a Cartagena.
- -
Pero un viaje es más rico, ¿no?
- -
Si mi amor, pero que le vamos a hacer…
No sé
si era por pura curiosidad que me quedaba escuchando atentamente estas
conversaciones, son realmente de la vida cotidiana, o si era solo para pasar el
rato y hacer más ameno el recorrido, pues mientras escuchaba cada conversación,
hacía imágenes mentales de cómo fue que pasó lo que están contando, al mismo
tiempo que trataba de imaginar cómo era la vida de esas personas que compartían
conmigo el mismo bus.
Otra
noche, iba yo en la ruta J23 de Transmilenio por la estación de Las Aguas, una
de las estaciones más frecuentadas por jóvenes universitarios. Al articulado se
subió un grupo de amigos de alguna de las universidades que se encuentran en
los al rededores del Eje Ambiental, hablando de sus planes para después de
graduarse, e historias de su entorno universitario. Mientras entraban al bus,
ni cortos ni perezosos, se sentaron en suelo, sobre la articulación del bus,
cual sala de visitas:
- -
Pero cuando yo me gradúe, no sé, me quiero
especializar en algo en el exterior, dicen que Argentina es buenísimo y es bien
barato.
- Sí, eso me han dicho, pero la vaina también es
de plata… El estudio es barato y todo, pero los pasajes y todo eso.
- -
Pero eso se arregla luego. Igual, marica, le
quedan todavía cinco semestres.
- -
Si, pues relajados con eso.
- -
Yo también quiero irme, pero a hacer un curso
de verano y ya… No creo que salga tan costoso. Así sea un curso de inglés.
- -
Sí, porque en la Universidad es malísimo ese
inglés. Uno no aprende nada.
- -
Igual se tiró el cuarto nivel.
- -
Pero es que esa vieja no sabe explicar, le
habla a uno como si uno supiera inglés ya.
Tal
vez uno le presta bastante atención a ese tipo de conversaciones por el hecho
de sentirse identificado, o querer sentirse identificado. Cuando escucho ese
tipo de charlas suelo compararlas con cosas que yo suelo hacer o me suelen
pasar dentro de la Universidad.
Una
periodista colombiana que admiro mucho por su forma espontánea de entrevistar,
me dijo un día en una visita que hice a Caracol Radio: “Todos tenemos la
necesidad de contar historias”, y es cierto, la vida está compuesta de
historias, por eso tal vez me siento identificado con muchas de las historias
que escucho en el transporte público (ya que no tengo audífonos), o que escucho
a diario en el almacén, en el supermercado o en alguna plazoleta, y que si no me
siento identificado, entonces da para pensar que de pronto me puede pasar, uno
no está exento.
Las
conversaciones que se escuchan cuando alguien está hablando por el celular
también son interesantes, y también es un ejercicio interesante que he estado
haciendo todos estos días a falta de música. Obviamente cuando uno está
escuchando a alguien que habla por su teléfono, no puede escuchar lo que está
diciendo la otra persona al otro la de la bocina, pero uno se imagina lo que
está diciendo esa persona:
-
- Hola, ¿cómo vas?
- -
…
- -
Sí, acabo de coger el Transmilenio.
- -
…
- -
No te preocupes, llego más o menos en una hora
a la casa.
- -
…
- -
No, no está tan lleno, igual voy sentada.
- -
…
- -
Si, ¿y tú llegaste hace rato?
- -
…
- -
Pues imagínate que nos regañaron a todos en la
oficina.
- -
…
- -
En serio, se había perdido un portátil y no…
fue tenaz
- -
…
- -
No, para nada, no apareció.
- -
…
- -
Si, total, el memorando fue para todos.
- -
…
- -
Vale mi vida, en la casa hablamos, chao.
Vale
la pena resaltar que como periodista he aprendido a escuchar más, y tal vez por
eso me intereso tanto en las conversaciones de las personas en los lugares
públicos. Cuando uno estudia Comunicación Social y Periodismo, siempre le
recuerdan que hay que aprender a escuchar, que antes de preguntar hay que
escuchar, y no escuchar por escuchar, hay que escuchar de manera crítica.
En los
primeros semestres de esta carrera, por lo general uno comete el error de
entrevistar a una persona sin escucharla, por el afán de planear la siguiente
pregunta, lo que le quita la esencia a una buena entrevista. Un buen periodista
sabe que las preguntas van saliendo a medida que va escuchando, así como en las
conversaciones cotidianas. Es más, aún hay periodistas que no se toman la
simple pero compleja tarea de escuchar al otro.
Es que
por el simple hecho de no escuchar al otro, estando uno en el rol de
periodista, está queriendo decir que ese otro no importa, y por el hecho de no
escuchar se está visibilizando al otro.
Y creo
que los colombianos en general tenemos la mala costumbre de no escuchar, solo
de hablar, de darnos importancia a nosotros mismos. ¿Será que por eso los
colombianos no le damos importancia al otro?
Yo
creo que si escucháramos más y alardeáramos menos de nosotros mismos, no habría
tantas diferencias y este país no estaría tan fragmentado como lo está hoy en
día.
Mientras
tanto, yo procuraré ignorar menos el mundo que me rodea, así sea desde una
sillita de un bus completamente lleno.
Ñapa:
Me alegra bastante saber que el Gobierno y las Farc fijaron una fecha para
firmar el acuerdo de paz que Colombia ha estado esperando por más de 50 años,
por eso este acontecimiento no debería tener contradictores, pues la paz es de
todos.
Diego
Hernán Rubiano Devia
@DiegoRubianoD