martes, 29 de septiembre de 2015

¡Cuando los ciclos no deberían cerrarse!

La recordé por enésima vez cuando pasaba las fotos recientes de mi celular. Recordé los buenos momentos, muchos de ellos reflejados en esas imágenes, y los otros, guardados en mi cabeza, en forma de recuerdos. No puedo decir que hubo malos momentos, porque en realidad no los hubo… Solo cosas buenas por recordar.

Cuando me di a la tarea de conocerla, me di cuenta del ser tan maravilloso que se había cruzado en mi camino. Pude conocer algo de su vida, de sus sueños, de sus metas, de sus pasiones. Tenía al frente a una mujer guerrera, una luchadora incansable que siempre ha logrado sus objetivos y nunca la vi rendirse.

Admiré siempre su belleza, su actitud, su disciplina, su inteligencia y su independencia. Admiré también su forma de pensar, su manera de ver y vivir la vida.
Siempre había un motivo para hablar con ella, para estar con ella… De repente se convirtió en alguien importante para mí, pues es de esas personas que se te pegan facilito al corazón, de esas que te sacuden el alma y marcan parte de tu vida.

Fue grato haber terminado junto a ella un ciclo muy importante en nuestras vidas, un ciclo que luchamos desde el principio por cerrar. Nuestro sueño se cumplió, cumplimos nuestra meta de llegar hasta el final. Valió la pena.

Ahora la nostalgia me invade al saber que ese ciclo que nos juntó, por el cual luchamos como equipo, y el que ya cerramos, nos aleje, y nos aleje mucho; pues andamos por caminos distintos en busca del mismo sueño.

Solo espero que la vida no nos vaya a poner en caminos tan lejanos, y si lo hace, espero que nuestros caminos se crucen en algún lugar de la vida, pues esas son las personas que nunca se pueden arrancar del corazón porque ya hacen parte de uno, y ahí si nada se puede hacer.

Te quiero mi guerrerita.

Diego Hernán Rubiano Devia

@DiegoRubianoD

jueves, 24 de septiembre de 2015

LOS BOGOTANOS ANDAN DICIENDO


Empezaré este escrito recordando una página que hay por ahí en Facebook titulada “Los bogotanos andan diciendo”, inspirada en una página argentina titulada “La gente anda diciendo”, donde se hacen públicas frases destacadas del bogotano de a pie.

Hace una semana se averiaron mis audífonos y uno de los cascos dejó de sonar. Fue desesperante, pues es incómodo, y hasta aturdidor escuchar música por un solo oído, y más cuando algunas pistas tienen bajos increíbles. Me sentía como Otto en un capítulo de Los Simpson, cuando Lisa arruina su Walkman y este no tiene más opción que escuchar a los niños cantar dentro del autobús.

Por falta de tiempo no pude comprar audífonos nuevos, ni mucho menos arreglar los que se averiaron, por tal razón llevo más de una semana tomando el bus o el Transmilenio sin ir escuchando música ni escuchando la radio, cosa que los dos primeros días me dio muy duro, porque sentía insoportable el tráfico diario de Bogotá sin música.

Pero en medio del aparente silencio y el sonido ambiente, empecé a escuchar las múltiples conversaciones de las personas que compartían conmigo el bus. Y es que, aunque uno no lo crea, escuchar a personas desconocidas en una conversación es un ejercicio interesante y hasta divertido, es como chismosear la vida de personas ajenas a uno.

Una vez, por ejemplo, mientras abordaba un bus del Sitp que andaba sobre la Avenida 68 en incesante trancón de las seis de la tarde, se subieron dos señoras de unos 60 años conversando amenamente; por un comentario de una de ellas supe que eran vecinas y que vivían en algún lugar del sur de Bogotá. La conversación transcurría mientras yo iba de pie, sufriendo por las bruscas frenadas del conductor al llegar a cada paradero. Hablaban del marido de una de las hijas de una de las dos señoras:
-          
  •     Si le contara vecina.
  • -          Cuénteme.
  • -          Anoche mi hija me llamó como a las 11 de la noche a la casa, angustiada.
  • -          ¿Y eso vecina? ¿Le pasó algo grave a la niña?
  • -          No, pues que irresponsable del marido volvió a llegar tarde, y además borracho.
  • -          ¿Volvió a las mismas ese muchacho?
  • -          En esas se la pasa, tomando y gastándose la plata. Y después se está quejando que el sueldo no le alcanza.
  • -          Yo me imaginé que ese muchacho ya había cambiado.
  • -          Pues imagínese vecina que la otra noche llegó en la madrugada, borracho, y ¡claro! Como mi hija no le quiso abrir, formó pelea. Pateó la puerta… Eso armó un escándalo que ni pa’ que le cuento.

En ese momento, mientras escuchaba atentamente la conversación y miraba hacia la ventana, “para disimular”, entró una pareja de novios que se ubicó justamente detrás de mí hablando de una fiesta de 15 de, al parecer, la hermana de la mujer:

  • -          Mi vida, mira que ya averigüé el precio del vestido para mi hermana.
  • -          ¿y qué? ¿Muy caro, o aguanta comprarlo?
  • -      No, pues está como hasta bien el precio… a mí me gustó, pero toca ver si a ella le gusta.
  • -          ¿Y de la fiesta qué…?
  • -          Pues mi mamá quiere que sean muchos invitados: la familia, los amiguitos del colegio de ella, los vecinos.
  • -          Pero una fiesta así sale como cara, mi vida ¿no?
  • -          Sí, pero pues allá mis papás. Yo te conté que yo no quise fiesta sino el viaje a Cartagena.
  • -          Pero un viaje es más rico, ¿no?
  • -          Si mi amor, pero que le vamos a hacer…

No sé si era por pura curiosidad que me quedaba escuchando atentamente estas conversaciones, son realmente de la vida cotidiana, o si era solo para pasar el rato y hacer más ameno el recorrido, pues mientras escuchaba cada conversación, hacía imágenes mentales de cómo fue que pasó lo que están contando, al mismo tiempo que trataba de imaginar cómo era la vida de esas personas que compartían conmigo el mismo bus.

Otra noche, iba yo en la ruta J23 de Transmilenio por la estación de Las Aguas, una de las estaciones más frecuentadas por jóvenes universitarios. Al articulado se subió un grupo de amigos de alguna de las universidades que se encuentran en los al rededores del Eje Ambiental, hablando de sus planes para después de graduarse, e historias de su entorno universitario. Mientras entraban al bus, ni cortos ni perezosos, se sentaron en suelo, sobre la articulación del bus, cual sala de visitas:

  • -          Pero cuando yo me gradúe, no sé, me quiero especializar en algo en el exterior, dicen que Argentina es buenísimo y es bien barato.
  •       Sí, eso me han dicho, pero la vaina también es de plata… El estudio es barato y todo, pero los pasajes y todo eso.
  • -          Pero eso se arregla luego. Igual, marica, le quedan todavía cinco semestres.
  • -          Si, pues relajados con eso.
  • -          Yo también quiero irme, pero a hacer un curso de verano y ya… No creo que salga tan costoso. Así sea un curso de inglés.
  • -          Sí, porque en la Universidad es malísimo ese inglés. Uno no aprende nada.
  • -          Igual se tiró el cuarto nivel.
  • -          Pero es que esa vieja no sabe explicar, le habla a uno como si uno supiera inglés ya.

Tal vez uno le presta bastante atención a ese tipo de conversaciones por el hecho de sentirse identificado, o querer sentirse identificado. Cuando escucho ese tipo de charlas suelo compararlas con cosas que yo suelo hacer o me suelen pasar dentro de la Universidad.

Una periodista colombiana que admiro mucho por su forma espontánea de entrevistar, me dijo un día en una visita que hice a Caracol Radio: “Todos tenemos la necesidad de contar historias”, y es cierto, la vida está compuesta de historias, por eso tal vez me siento identificado con muchas de las historias que escucho en el transporte público (ya que no tengo audífonos), o que escucho a diario en el almacén, en el supermercado o en alguna plazoleta, y que si no me siento identificado, entonces da para pensar que de pronto me puede pasar, uno no está exento.

Las conversaciones que se escuchan cuando alguien está hablando por el celular también son interesantes, y también es un ejercicio interesante que he estado haciendo todos estos días a falta de música. Obviamente cuando uno está escuchando a alguien que habla por su teléfono, no puede escuchar lo que está diciendo la otra persona al otro la de la bocina, pero uno se imagina lo que está diciendo esa persona:
-          
  • Hola, ¿cómo vas?
  • -         
  • -          Sí, acabo de coger el Transmilenio.
  • -         
  • -          No te preocupes, llego más o menos en una hora a la casa.
  • -         
  • -          No, no está tan lleno, igual voy sentada.
  • -         
  • -          Si, ¿y tú llegaste hace rato?
  • -         
  • -          Pues imagínate que nos regañaron a todos en la oficina.
  • -         
  • -          En serio, se había perdido un portátil y no… fue tenaz
  • -         
  • -          No, para nada, no apareció.
  • -         
  • -          Si, total, el memorando fue para todos.
  • -         
  • -          Vale mi vida, en la casa hablamos, chao.

Vale la pena resaltar que como periodista he aprendido a escuchar más, y tal vez por eso me intereso tanto en las conversaciones de las personas en los lugares públicos. Cuando uno estudia Comunicación Social y Periodismo, siempre le recuerdan que hay que aprender a escuchar, que antes de preguntar hay que escuchar, y no escuchar por escuchar, hay que escuchar de manera crítica.

En los primeros semestres de esta carrera, por lo general uno comete el error de entrevistar a una persona sin escucharla, por el afán de planear la siguiente pregunta, lo que le quita la esencia a una buena entrevista. Un buen periodista sabe que las preguntas van saliendo a medida que va escuchando, así como en las conversaciones cotidianas. Es más, aún hay periodistas que no se toman la simple pero compleja tarea de escuchar al otro.

Es que por el simple hecho de no escuchar al otro, estando uno en el rol de periodista, está queriendo decir que ese otro no importa, y por el hecho de no escuchar se está visibilizando al otro.

Y creo que los colombianos en general tenemos la mala costumbre de no escuchar, solo de hablar, de darnos importancia a nosotros mismos. ¿Será que por eso los colombianos no le damos importancia al otro?

Yo creo que si escucháramos más y alardeáramos menos de nosotros mismos, no habría tantas diferencias y este país no estaría tan fragmentado como lo está hoy en día. 
Mientras tanto, yo procuraré ignorar menos el mundo que me rodea, así sea desde una sillita de un bus completamente lleno.

Ñapa: Me alegra bastante saber que el Gobierno y las Farc fijaron una fecha para firmar el acuerdo de paz que Colombia ha estado esperando por más de 50 años, por eso este acontecimiento no debería tener contradictores, pues la paz es de todos.

Diego Hernán Rubiano Devia

@DiegoRubianoD

martes, 15 de septiembre de 2015

¡La inspiración!

Hace mucho tiempo no revisaba mi blog. No escribía en él, ni siquiera me había tomado el atrevimiento de revisarlo. Quizás la falta de tiempo o la pereza me impulsaron a dejarlo abandonado.

Hoy me levanté con ganas de escribir, quería escribir, quería reconciliarme con las palabras, reivindicarme con las historias, como tantas que tengo por contar, ¡pero no! No llegó la inspiración, los pensamientos quedaron atorados hasta que vuelva llegar.

Mi falta de inspiración solo logró que me inspirara en escribir sobre mi falta de inspiración. Tal vez escribir sobre la falta de inspiración sea un buen ejercicio para volver a inspirarme y poder plasmar tantas historias que tengo que contar.

Diego Rubiano

@Diego Rubiano Devia

Comments system

Disqus Shortname